miércoles, 8 de julio de 2015

Diario - Un nuevo cuento para la colección

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Después de no sé cuantos meses me digno a compartir con vosotr@s un nuevo cuento. Sé que os he tenido un poco abandonados en cuanto a mis creaciones pero ando un modo creativo con una novela y no me da mucho tiempo de escribir otras cosillas, por lo que esta entrada es del cuento de la antología que he ganado.
La historia se llama "Diario" (no es que sea muy original con los títulos pero el contenido es lo importante ¿no?) Si no has tenido oportunidad de leer la antología completa no te preocupes a través de "El Lado Oscuro" vas a encontrar el lugar dónde descargarlo: http://esthervampire.blogspot.com.es/2015/07/relato-ganador-del-premio-shelley.html

Y aquí esta mi relato:

Diario
Adriana leyó el mensaje que le había llegado al móvil y le temblaron las manos. 
Dejó el aparato sobre la mesa de la cocina, cerró los ojos y respiró hondo ¡Aquello no podía estar pasándole a ella! Se acercó descalza a la habitación, el corazón le latía desbocado, sacó del cajón de la mesita el diario de cuero y lo abrió con devoción, acariciando las páginas con la yema de los dedos. Llevaba tres años atesorando recuerdos maravillosos de San Valentín, momentos inolvidables, irrepetibles y únicos. Sonrió con tristeza, aquel hombre había estropeado su racha, ya no tenía tiempo para preparar una cita perfecta con otro tío. Su día del amor sería como la del resto, vacío y sin sorpresas. Trabajar y punto. 
Se calzó los botines, se puso la chaqueta negra sobre el vestido blanco, metió el diario en el bolso abultado y antes de salir por la puerta cogió con furia la caja de bombones en forma de corazón. Se la colocó bajo el brazo e hizo malabares para cerrar la puerta y echar la llave. 
Hacía frío, pero igualmente se sentó en un banco del parque, cruzó las piernas una sobre otra y abrió la caja de chocolates. Se daría un atracón para olvidar, aunque fuera momentáneamente, el plantón que le había dado Rubén. Irremediablemente pensó en él, era un buen chico, o eso le pareció a ella, con el pelo al estilo boy scout, los ojos azules y sonrisa de hoyuelos ¿qué mejor espécimen para celebrar San Valentín? El plan era simple, comer con él antes de entrar a trabajar y después esperar a que le recogiera al cerrar. Vendría con un ramo de rosas o en su defecto una sola, paseo romántico de camino a la casa; caricias por aquí y besos por allá. Palabras bonitas susurradas al oído, quizás alguna promesa de amor (de las que rara vez se cumplen) y finalmente… cohetes y placer. Un plan perfecto por su sencillez, no necesitaba de mucho más y además, esos planes nunca le habían fallado. Hasta hoy. Aplastó con furia un bombón de chocolate blanco con los dientes y el sabor dulce se escurrió por su garganta, aunque apenas lo notó. Un niño de unos 5 años se le acercó con la vista fija en la caja y ella le ofreció uno. Sonrió, porque era lo que debía hacerse y la madre le dio las gracias desde la distancia ¿Por qué había tanta gente en el parque en un día tan frío? Porque era San Valentín y todos se sentían eufóricos. Las parejas se achuchaban calentándose sobre la hierba, otras iban de la mano por el paseo de arena camino a Dios sabe dónde y ella seguía empachándose de bombones más sola que la una. Sintió retorcijones en el estómago que nada tenían que ver con los dulces. Eran celos puros y duros. Escuchó alboroto y unas risas masculinas tras ella. Se volvió con curiosidad para ver a un grupo de hombres apalancados en una de las estatuas del parque, bebiendo litronas y hablando animadamente. Algunos parecían moteros, con chupas de cuero y melenas largas atadas en una coleta, pero no vio ninguna moto. Se quedó mirándolos de forma descarada, hasta que uno de ellos, con el pelo color cobrizo fijó su mirada en ella y le guiñó un ojo. Sintió la sangre acudiendo a sus mejillas y sacudió la cabeza, se puso en pie como un muelle. ¡Ya debería estar acostumbrada a tíos descarados como aquél! Tiró la caja vacía a la papelera y sin mirar atrás se encaminó al bar donde trabajaba. No le gustaba llegar tarde.

―Ponme otra Adri, y nada de patatas ―al pinpin‖; un pincho como dios manda, hija.
―Al alioli Ramón, se llaman patatas al alioli ―le puso una jarra nueva y unas higadillas sobre la mesa y le sonrió con picardía―. ¿Son del gusto del señor? 
Asintió y le devolvió embobado la sonrisa. 
―¿Ya te has echado novio, niña? Con esa sonrisa no debería haber quién se te resistiera, pero ya sabes que si te fallan mi corazón sigue esperándote. 
Adriana se estremeció recordando a Rubén, pero cogió entre sus manos pequeñas y pálidas una de las manos del hombre, curtida y morena. Y se esforzó para que su voz sonara chistosa.
―Si no estuvieras casado y no tuvieras tres hijos yo también te entregaría mi corazón, pero el anillo que llevas en el dedo y la edad nos separan. 
―¡Jovencita! La edad no importa si el amor es verdadero ―le dio un par de palmadas en el dorso de la mano, cogió la jarra y un palillo―, veremos si estas higadillas están o no buenas. 

Eran las nueve de la noche cuando el señor Ramón se despedía de ella felicitándole San Valentín como si del año nuevo se tratara. Su jefa no tardaría en llegar, pero aún era pronto para los clientes de siempre. Llevaba trabajando en aquél lugar un año y siempre veía las mismas caras, todos los días se escuchaban las mismas bromas y le regalaban los mismos piropos. Se miró al espejo del fondo y se sintió cansada, o quizás sólo era decepción y frustración. Una hora y media después Adriana andaba de la barra a las mesas sirviendo cenas improvisadas de jóvenes enamorados y jarras de cervezas para grupos de amigos; no tenía tiempo de compadecerse. La tela de su vestido volaba tras ella y tenía calor. Se estaba atando los rizos negros en una coleta cuando la puerta del bar volvió abrirse y vio entrar al grupo de hombres del parque. 
¡Demasiada testosterona y ella sin una pizca de buen humor! 

―¡Ponme una jarrilla, morena! ―el tipo de pelo cobrizo se apoyó en la barra como si fuera suya y le sonrió con suficiencia, haciéndole un chequeo de arriba abajo. Adriana había conseguido esquivarlos el par de horas que llevaban allí, su jefa se había encargado de servirles el alcohol y la comida, pero aquél hombre no había dejado de perseguirla con la mirada desde que entró y ya la tenía hasta los ovarios. Sirvió la cerveza y se acercó hasta el rincón que ocupaba para entregársela. Levantó una ceja ante su mirada fija y antes de que pudiera darle la espalda, el hombre la agarró de una mano y tiró de ella. Sintió sus manos calientes y como la madera de la barra le presionaba las costillas. El semental se inclinó hacia ella para tenerla más cerca y Adriana pudo oler la cerveza de su aliento y el desodorante que usaba. Inspiró con lentitud, disfrutando la mezcla pero con la cabeza fría, aquél era su territorio y no volvería a sacarle los colores. 
―¿Tienes nombre preciosa? ―le preguntó acariciándole el mentón. Se separó de él y lo miró por encima del hombro.
―Sí, creo recordar que mi madre me puso uno. Le dio la espalda y escuchó su carcajada ronca y profunda. Ella sonrió sin que él se diera cuenta y se puso a fregar los cacharros como si fuera lo más importante que tenía que hacer en ese preciso momento.
Eran las dos de la madrugada y Adriana ya había barrido y fregado todo el local salvo la parte que el grupo ocupaba, su jefa se encogió de hombros cuando la miró y ella estaba que trinaba. Al fin se levantaron entre risas y voces y se acercaron a ella para pagar. Hubo un intercambio de disculpas, halagos y un espero veros pronto de la dueña del local. 
Adriana fijó sus ojos en el pelirrojo, que se había quedado rezagado y aplaudió para sus adentros. Tal vez, después de todo, aquél San Valentín todavía podía salvarse. Se acercó hasta él con el cepillo de barrer en la mano. 
―¿Qué me dirías si te espero hasta que cierres? ― le preguntó sin acercarse a ella pero sonriendo con picardía. 
―Si no fuera por ti y tus amigos ya estaría en casa comiendo un kilo de helado ―replicó secamente y él se acercó. 
―Una chica tan guapa como tú no debería estar sola en el día del amor. 
―¿Quieres ser mi premio de consolación? Porque es eso lo que serías, mi chico me ha dado plantón. 
El hombre se llevó la mano al pecho, contrayendo la cara como si acabara de darle un golpe. 
―Eso ha dolido, morena. Pero si tengo que soportar ser un perdedor para estar contigo un rato, lo soportaré.
Adriana quería irse con él, hacía rato que había olvidado al boy scout de ojos azules, aunque debía reconocer que en situaciones normales nunca se hubiera fijado en un motero, pero era eso o volver sola a casa y él se lo estaba poniendo en bandeja ¿por qué rechazarlo y quedarse con las ganas? La improvisación, al fin y al cabo podía salvarle el día. 
―Espérame en media hora en el parque dónde nos hemos visto esta mañana. 
―Donde te he sacado los colores, querrás decir. 
Adriana entrecerró los ojos y le golpeó el pecho con los dedos. 
―Recuerda que eres un premio de consolación, así que no hagas que me arrepienta ―se alejó en dirección a la mesa que antes habían ocupado los amigos y acabó de recoger mientras su jefa hacía la caja. 
―Eres dura morena y me encanta ―le lanzó un beso y le guiñó un ojo―. Nos vemos. 

La calle estaba muy oscura cuando las dos salieron por fin. 
―¿Quieres que te lleva a casa? No veo a tu chico por aquí. 
―Me ha dado plantón, Gema ―apretó los puños para no dejarse llevar por la rabia e intentó fingir tristeza bajando la mirada hacia el suelo y haciendo un puchero―. Pero no te preocupes, me apetece ir andando, vivo cerca. 
Nadie tenía que saber que había quedado con el motero. Al fin y al cabo sólo sería una vez. Su jefa la miró con tristeza, pero no insistió. 
―Mañana es tu día libre, disfrútalo y no pienses en él, no merece la pena ―se dio la vuelta caminando hacia su coche, pero antes de alcanzarlo se volvió y la miró una vez más―. Si necesitas algo llámame, ¿de acuerdo? 
Adriana asintió y esperó a verla desaparecer calle abajo para echar andar con la espalda bien recta, si no se daba prisa llegaría tarde y detestaba no ser puntual. La calle estaba demasiado silenciosa, ni siquiera el maullido de algún gato callejero rompía el hechizo de la noche. Adriana reprimió un escalofrío y miró tras ella, el zumbido de los cables eléctricos la ponía nerviosa, daban a la luz amarillenta del paseo un aspecto más fantasmagórico. La tira de cuero del bolso se le escurrió por el hombro y volvió a colocársela con impaciencia. Podía ver la entrada del parque, la sombra de los árboles y como el viento que enredaba su pelo mecía las ramas y las hojas llenando el silencio de silbidos y aullidos más típicos de las películas de miedo que de la realidad.
La puerta de un coche se abrió y se cerró, escuchó pasos tras ella, que se obligó a no mirar atrás. El corazón le latió desbocado, sus músculos se tensaron y colocó el bolso junto a su pecho, abrió la
cremallera y siguió andando. Los pasos cada vez le parecían más rápidos y una parte de ella quería echar a correr, mientras que la otra le instaba a darse la vuelta y enfrentarse a quien quiera que la estuviera siguiendo. 
Su corazón se relajó cuando tomó la decisión. Contaría hasta cinco: uno…dos…tres… Introdujo la mano en el bolso… Cuatro… Los pasos se detuvieron y escuchó el tintineo de unas llaves. Se giró sobre sí misma y vio la espalda de un hombre entrando a un portal y desapareciendo. 
Adriana suspiró y se rió de sí misma. Volvió a colocarse el bolso y con tranquilidad llegó hasta la entrada del parque y entró. Junto a la estatua, iluminado tan sólo por la punta del cigarrillo que se estaba fumando, la esperaba el motero. Aplastó la hierba mientras caminaba hacia él, cada vez más excitada por como su día había mejorado de forma sorprendente. Sonrió como una loba que observaba a su presa. No sabía si aquello sería un error o no, sentía los nervios bullendo en su estómago, la excitación en su mente. 
―Hola preciosa. Empezaba a pensar que te echarías atrás. Se acercó hasta él dejando entre ambos tan sólo un par de centímetros, la adrenalina que había vivido escasos minutos antes había estimulado su cuerpo y no le disgustaba acercarse tanto a él. 
―Cuando me decido a hacer algo no hay quién me haga cambiar de opinión. Ven conmigo. 
Beso su boca con delicadeza, un simple contacto de labios mientras lo cogía de la mano y tiraba de él. 
El hombre tiró el cigarrillo al suelo y la siguió sin preguntar nada. Diez minutos después llegaron a lo que parecía una nave medio abandonada. Adriana sacó unas llaves del bolso y abrió la puerta, que chirrió. 
―Esto sí que no lo esperaba, eres toda una romántica, ¿eh? ¿Traes a todos los hombres a este lugar? 
La mujer se rió mientras se pegaba a su pecho. Andaban a oscuras, pero Adriana sabía dónde estaba todo. 
―¿No te gusta la aventura, motero? ¿No te gusta jugar? 
―Me encanta, morena. Pero pensaba que iríamos a tu casa o a la mía. 
Y la besó, obligándola a dejar de caminar, pegándose a ella e introduciéndole la lengua mientras la agarraba por la nuca. Ella lo agarró por la cintura, pero no lo atrajo hacia ella. Tras unos instantes consiguió separarse de él. 
―Vamos, sígueme. 
Adriana tanteó la pared, le dio a un interruptor y abrió una puerta. Entraron a una habitación iluminada con una bombilla roja que colgaba del techo. No había muebles, tan sólo una cama con un cabecero de hierro negro. Las sábanas eran de un blanco impoluto y el suelo estaba cubierto de baldosas grandes que reflejaban la luz roja. 
―¡Uau! 
Adriana observó la sorpresa del hombre mientras se desprendía del abrigo y lo dejaba sobre un perchero que había pasado desapercibido. Se acercó hasta la cama y dejó el bolso sobre el colchón. Su vestido blanco se había teñido por la luz, sus rizos negros alrededor de la cara ensombrecieron su rostro. 
―Vengo aquí cuando quiero ser mala. ¿Quieres que sea mala contigo? 
Se sentó sobre la cama, invitándolo a unirse a ella, Adriana sonreía. El motero pareció momentáneamente desorientado, pero se recompuso y dio unos pasos hacia ella.
―¿Y sólo puedes ser mala tú? La mujer no le hizo caso, sacó una tela negra del bolso y palmeó el colchón. 
―Ven, túmbate. Prometo que no será rápido ―y sonrió, con una sonrisa que prometía desenfreno e instintos puros y duros. 
Se deshizo de la chupa de cuero, que dejó caer al suelo sin miramientos. Se quitó las deportivas negras, los calcetines y se subió junto a ella a la cama. Adriana lo tumbó boca arriba, se sentó sobre él y le ató una mano al cabecero, después la otra, con nudos fuertes, de los que no se pudiera soltar. ―Traigo a muy poquita gente aquí, ¿sabes? Eres un privilegiado, nunca olvidaré una noche como esta. 
―Créeme, yo tampoco ―le dijo intentando alcanzar su boca. Adriana le desabrochó los botones de la camisa y acarició la piel de su pecho cubierta por un poco de vello oscuro y rizado. 
―Tienes una piel muy suave, me gusta ―se inclinó para lamerlo y después sacó un objeto largo y brillante del bolso. Lo miró mordiéndose el labio―. Créeme, te dolerá. 
El motero abrió los ojos de forma desmesurada cuando la vio alzar los brazos por encima de la cabeza. En décimas de segundo los hizo descender para que la hoja penetrara en la piel del hombre de forma limpia y rápida. A él no le dio tiempo ni gritar, pero se escuchó un gemido y la sangre comenzó a empapar las sábanas. Le arrancó el cuchillo para clavárselo dos veces más en el estómago, la sangre caliente cubrió las sábanas y su vestido blanco con rapidez. Adriana estaba en éxtasis, echó la cabeza hacia atrás y sonrió con salpicaduras rojizas cubriendo sus mejillas. El motero no se había resistido, ni siquiera lo había intuido, todo había ido a pedir de boca y estaba excitada. Se restregó contra las piernas del hombre muerto hasta alcanzar el orgasmo y después se derrumbó sobre él, manchándose por completo de los fluidos. Cuando se recuperó, se puso en pie y sacó el diario del bolso que había terminado en el suelo. 
Buscó a tientas la pluma y se puso a escribir mojando la punta en la sangre que había empezado a coagularse sobre el pecho de él: 

Sábado 14 de febrero de 2015. 

Cuando pensé que todo estaba perdido apareció él, un motero cualquiera que ha conseguido que este nuevo San Valentín no sea una tremenda decepción…


Espero que lo hayáis disfrutado y recordar que todo los cuentos están registrados en el derecho de la propiedad.

4 comentarios:

  1. Con lo buena que parecía la chica...y es una puta loca!!
    Enhorabuena por ganar el cocurso! ;)

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  2. Wauuu!Buena conciencia se te quedaria despues de este crimen de una pobre desquiciada loca con ansia de sangre de un ser, que como pelirrojo que es, tiene la mas rojas de las sangres... me gusta mucho, que bien relatas.

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